Para mis amigos quienes hablan español:
LA TRADUCCION – por Demian Gawianski (demian@tangospanish.com)
Conferencia TEDx en Lower Eastside sobre “Tango: el baile, el viaje, la transformación”, 25 de octubre de 2013
Había una niña que pescaba con un anzuelo recto. La gente se reía de ella. “¿Por qué estás pescando con un anzuelo recto, niña tonta?” Pero ella seguía pescando de ese modo. Pescó toda su vida con un anzuelo recto. Envejeció y encaneció, sin dejar de pescar con un anzuelo recto. En una tierra lejana, un príncipe oyó hablar de esta mujer extraña que había desperdiciado su vida pescando con un anzuelo recto. Le dio curiosidad y quiso conocerla. Ordenó a sus sirvientes que lo prepararan para el largo viaje hacia donde ella pescaba. La encontró una mañana lanzando su anzuelo recto al agua. “Disculpe, señora. ¿Me podría decir qué es lo que espera atrapar con un anzuelo recto?”
La mujer, vieja y cana, se volvió hacia el príncipe. Con su rostro dulce y sabio, le sonrió: “a ti, mi Príncipe”.
Déjenme contarles sobre la parte de la historia que omití. Supongamos que todos somos esa niña. Digamos que el anzuelo recto es nuestro modo personal de “pescar” la felicidad. En un momento de nuestra vida nos damos cuenta de que no estamos “atrapando el pescado” que la mayoría de los estadounidenses considera su derecho inalienable: un matrimonio feliz, hijos magníficos, montones de dinero y posesiones.
Por más que se riera la gente convencional de anzuelo curvo (exitosos, políticos, sabelotodos), yo me había habituado a pescar con ese anzuelo recto. Hasta que un día apareció el Príncipe, si bien no en la forma de un hombre real. A diferencia de la anciana, no reconocí de inmediato que este Príncipe era lo que había estado esperando toda la vida.
Lo que el relato no cuenta son las desdichas que la niña/mujer debe sobrellevar antes de reconocer al Príncipe –el enfrentamiento de la adversidad, la caída en desgracia prototípica.
Mis desdichas fueron de lo más prosaicas: dejé mi cómodo trabajo como editora en una revista y perdí a mi pareja de quince años por pasármela tomando clases de tango todas las noches. Después de algunos tirones de pelo a “la otra”, hice mis valijas y me fui… a vivir en Sudamérica.
El 27 de agosto de 2006, entre la furia y el desasosiego, llegué a Buenos Aires. Junto a mis tres valijas, había traído mi vergüenza, mi corazón roto y un aceptable nivel de tango. A pesar de mi obsesión por el tango, odiaba este baile por cómo había destrozado mi vida. “Fue un veneno”, le dije a un amigo tanguero. Él dijo que también sería mi remedio: “El tango te va a salvar la vida”.
Antes de irme, uno de mis maestros Zen, Reb Anderson, dio una conferencia. Dijo que una crisis era tanto una oportunidad como un desafío. Que el ideograma chino para crisis integraba ambos caracteres.
Para mi sorpresa, Reb y su mujer participaron de mis primeras clases de tango. Reb, un versado maestro Zen, dijo que había consentido en aprender tango con su mujer porque “necesitamos entrenarnos en la ansiedad y en la oscuridad”.
ANSIEDAD Y OSCURIDAD. Esas palabras describían perfectamente mi vida fuera de la pista de baile.
Yo había llegado con la intención de quedarme en Argentina dos meses y medio. Pero después de bailar tango día tras día, un baile que eleva el simple abrazo al rango de una forma de arte, cancelé mi pasaje de regreso. Me terminé quedando un año y medio. No sólo me sentía bien bailando tango. Empezaba a percibir los efectos de la euforia que había buscado largamente en otra parte, pescando con mi anzuelo recto por decirlo de algún modo.
Empecé a reconocer que “mi Príncipe” no era ningún enigmático argentino guapo. La vulnerabilidad de entregarse a un desconocido tras otro parecía funcionar como un remedio homeopático. Yo había entrado al reino del tango involucrándome sólo a medias. Pero cuando se apoderó de mi vida, me sentí tan en casa con él como si hubiera sido un pariente perdido hace tiempo. Empecé a reconocer que “mi Príncipe” era la alegría interna, la alegría que siempre podía conocer.
¿Qué es lo que tiene el tango que le puede hacer esto a una persona?
El tango no te va a hacer rico en términos materiales ni te va a prometer nada.
La mayoría de los bailes en pareja implica indudablemente un flujo de endorfinas, un acogedor sentimiento de intimidad, una energía compartida y la belleza de ser movidos por la música.
El tango argentino es una danza de improvisación. Se asemeja a una lengua en la medida en la que tiene un vocabulario básico de pasos simple: caminatas, ochos, giros y cruces de pies.
La dificultad de este baile es legendaria. “Tardás una vida y media en aprender tango”, dicen los argentinos. La intimidad del tango no se equipara a la de ninguna otra danza. Te encerrás con el otro en un envoltorio cálido; torso contra torso, creás un cuento de hadas de tres minutos. “Compartís el sistema nervioso”, me dijo una amiga.
A mis alumnos les digo que, por ser naturalmente un baile de improvisación, aprendés el tango de los pies para arriba pero bailás del corazón para abajo. Les digo que cada uno encuentra su propio tango, que TODOS tenemos tango, que ellos mismos encontrarán su propio secreto sobre la danza.
¿Cuál es el mío?
En el tango, se les dice a los que marcan (en general hombres pero no necesariamente) que son ellos quienes comienzan el movimiento y, por lo tanto, deben comunicar con claridad sus intenciones –si algo sale mal la culpa es enteramente suya. A las que siguen se les indica que ESPEREN la marca, que NO se anticipen. Que no piensen, que se mantengan presentes. En esencia, que pasen el tiempo. Tardé más de un año en lograr creer que el éxtasis del tango era así de SIMPLE.
Lo que en realidad sucede en el tango es que el hombre COMIENZA el baile, y luego sigue a la mujer. Los hombres también tienen que pasar el tiempo, mantenerse presentes, abrazar lo que se les ofrece, no anticiparse. En pocas palabras y para parafrasear a mi maestro Zen Reb, cuando dejamos de marcar y seguir, hay baile.
Llegamos así a mi secreto más profundo.
Mi secreto es lo que llamo la Zona de Acecho o la Grieta –lo que no se hace en el tango, el espacio negativo del tango. Gran parte de mi experiencia con el tango fue desaprender –anticipar, pensar, saber. Para involucrarnos con el tango tenemos que permitirnos estar vulnerables y abiertos a nuestro centro suave y maduro.
Es así como encontré en el tango este secreto intangible e innombrable, la inquietante sonrisa de un lugar en constante movimiento, nunca fijo. Lo llamo la Zona de Acecho, el lugar en el que espero física y mentalmente. Una espera que requiere fuerza.
En esa zona, nada sucede hasta que el hombre me invita. No hay pensamiento y sin embargo estoy involucrada y presente por completo. La hora que marca el reloj ya no existe.
Pienso en la Zona de Acecho como el tiempo real. La sensación es la misma que había buscado durante dos décadas, sentada en meditación silenciosa. Cuando enfatizamos la Grieta, el espacio ilimitado y vacío, tenemos una visión panorámica de 360 grados sobre cualquier empeño o empresa humanos. Una visión despejada de la Tierra, de la luna, de todo. Y todo calza perfecto tal como es.
Éste fue y sigue siendo mi secreto tanguero.
La palabra “psicosomático” describe cómo la mente afecta el cuerpo. Creo que necesitamos la palabra opuesta, digamos “psique somática”, que dé cuenta de cómo el cuerpo se abre e instruye a la mente. Es esto en resumen lo que ocurre en el tango. Esa espaciosidad del cuerpo y de la mente me siguió afuera de la pista de baile. Ése es el Príncipe.
Ya sea que estén jugando a las bolitas, haciendo carreras de autos, criando niños o gobernando un país, el Príncipe está al alcance de todos nosotros. Todos tenemos que respirar.
En el tango, al igual que en yoga, aprendemos al inhalar a prepararnos para la exhalación. Entre una parte de la respiración y la otra está la Grieta, la Zona de Acecho, sea lo que fuere que estemos haciendo. Vayan y encuentren ese lugar de bienestar. Encuentren su tango, sea lo que sea. Éste es mi óctuple sendero, éstas son mis directrices:
- Intentálo –si fracasaste, probá de nuevo.
- Mantenéte presente –tenés un músculo que se llama “espera”.
- Deponé tu ego –deponerlo quiere decir que lo dejes en la puerta; ya lo recuperarás, junto a tu revólver, al salir de la milonga.
- Despejá tu mente –permití activamente que los pensamientos surjan y se vayan; no es nada difícil de hacer cuando tu cuerpo está ceñido a otro.
- Pulí tus fortalezas –sólo vos podés saber cuáles son. Si tu fortaleza es pescar con un anzuelo recto, no dejes que ninguna persona ni burla te desvíen de tu camino.
- Abrazá los obstáculos –éstos pueden ser la burla de los otros o tus propios fracasos; y especialmente tu propia vulnerabilidad. Si llegás hasta acá es porque sabés que sólo hay un obstáculo: vos mismo.
- Transformá el fracaso o los obstáculos –lo podés lograr “bailando” con ellos. Vos tenés el poder de transformar tus “¡ups!” en un “¡ahhhhh!”.
- Conocé la felicidad, alias el Príncipe. Sentíte con ella como si estuvieras en tu casa, acostáte y despertáte con ella; conocéla como el pariente perdido hace tiempo o como el hogar que siempre te ha estado esperando.